Vuelva ingenua su imaginación, depárele credulidad a su experiencia de buen lector para entrar en este juego que le propongo. Claro que le será difícil (por más complicidad que haya en este acto), pues hay una cosa muy cierta, y es que quien toma la lectura como una verdadera solemnidad volitiva, en que el autor y su prestigio se vuelven una dualidad sine qua non para la “buena predisposición” del lector, no logra leer algo tan trivial como estas líneas con la idea de encontrar en ello un pensamiento o la inminencia de tal. Pero… sea sincero, y confiese que, si está pensando de tal modo… ya está “pensando”, pues…
No redunde en releer para hallar algo valioso, pues he de mencionar que ya demasiado repetitivas son estas palabras; y además temo que al hacerlo se percate de la mediocridad interpolada en las páginas de mi puño.
Para leerlas, si no le queda más remedio, prefiera la ociosidad de una tarde de verano, con su dedo índice amarrado al mango de una tasa o al filtro imponderable de un cigarro, y el rayo permanente del febo degollándole la nuca, y no la severa intelectualidad de la innumerable biblioteca, en que el cetrino ámbito donde los hombres horadan sus anteojos hace que mis palabras se avergüencen de haber nacido.
Concédame solamente un tiempo de su vida para mostrarle cómo acumulo páginas, cómo tengo, si no el prodigio, la enfermedad de pensar que esto que escribo y acumulo le hace pensar.
Pues a mí me basta con que usted piense alguna cosa, no importa qué:
- que internet entorpece el pensamiento,
- que la Presidenta debe devolver la guita que robó Néstor,
- que el tren bala es una mierda,
- que la clase obrera debe dejar de seguir a inútiles como Yasky o Moyano o Barrionuevo o Tinelli,
- que Belén Francece rima para el orto,
- que, que, que…
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